Grallera al Pedraforca, el reloj se ha vuelto loco!

Son las 5 de la madrugada, y en vez de apagar el despertador me levanto como una cría el día de Reyes. Nos quedan otra hora y media de viaje hasta el punto de encuentro con Josep, y el comienzo de una verdadera aventura.

Empezamos la actividad a las 8:29 de la mañana. Tras una buena aproximación donde solo necesitamos los bastones, llegamos al pie del canal, calzamos los crampones y sacamos el piolet. La primera parte de la aproximación hasta la chimenea, no presenta dificultades técnicas, tan solo una buena orientación. La posición del sol genera dudas en Josep acerca de la ruta correcta, que finalmente rectifica con rapidez. Solo en un pequeño resalte hacemos uso de la cuerda.
 
Aun sigue siendo temprano, alrededor de las 10, cuando alcanzamos la chimenea que marca el comienzo de la vía escogida. Yo disfruto como una enana, con el privilegio de tener a un verdadero crack haciendo pasos de V con crampones y piolets, con apenas un cordino para autoprotegerse después de varios pasos complicados. Cuando es mi turno de pasar de segunda, disfruto del diedro, posicionándome de lado y subiendo los pies en los salientes a mi derecha. Es una sensación completamente diferente subir con crampones en vez de pies de gato, y he de reconocer que me gusta incluso más. Noto como el piolet me da fuerza y seguridad, incluso mayor que subir con mis propias manos. Cada paso que subo es una oleada de placer invernal.
Todavía quedan un par de metros algo técnicos en nieve-mixto, hasta volver a caminar en una nieve que se deshace como el polvo y nos dificulta el camino. No paramos de subir y yo pienso que debemos estar a la mitad, pero más tarde comprobaré que no llevábamos ni un cuarto del recorrido.
Y es entonces, ya acercándonos a la hora de la puesta de sol, tras mucho sudar debajo del plumas, es cuando ocurre el incidente. Subimos otra parte técnica, muy bien equipada por Josep, que coloca cintas como ayudas extra. No entendí en ese momento que me dijera ir de tercera de cordada, pero luego me arrepentiría de haber subido la segunda, sin dejar mi cuerda a Jose para poder ayudarse de ella en la subida. Me encuentro justo a la altura del pitón que instala Josep, cuando oigo que Jose me grita: “me he hecho daño en la costilla”. Pasan largos minutos, y no avanza, no se mueve, no responde.
“Se que duele, pero debes de seguir” le digo. No se que hacer ni que decir, estamos en medio de la montaña, con el sol ya casi ocultándose. Rapelar ya no es una opción a esas alturas. Decido seguir subiendo hasta la reunión que Josep montó más arriba, al ver que Jose no se movía, y le explico el problema.
No duda en bajar, y desaparece debajo del resalte nevado. Pasa tanto tiempo, que acabo por sacar el frontal. La oscuridad es total, cuando al fin veo que puedo ir recogiendo la cuerda de Jose, quien sube con mucha dificultad. Josep llega agotado tras tener que empujarlo hacia arriba.
Mi ansiedad disminuye después de comprobar que la escalada es igual de noche que de día. Quizás algo más fría, pero totalmente factible. No puedo evitar disfrutar cada momento de la ascensión (¡menuda aventura!), exceptuando las largas paradas asegurando a Josep. Está claro que su dominio es tal, que parece imposible que caiga. No miro el reloj en ningún momento, así que no sé que hora es, pero la noche es total, el frío aprieta, y estamos todos tan en estado de alerta que la ausencia de bebida y comida no parece disminuir nuestra atención en la ascensión.
Pasan horas hasta llegar a la famosa Cueva de la Grallera, que debiera estar mucho más cerca, pero nuestros pasos son lentos contra una nieve que parece arenas movedizas. Los pájaros, probablemente grallas, dejan notar su presencia, sorprendidos por los vistantes nocturnos.
Cuando llegamosa la cresta cimera, el reloj marca la una y media de la madrugada. No puedo evitar contener un sollozo de emoción al llegar al que sería nuestro punto más alto. Empezamos a recoger el material y las cuerdas, y nos preparamos para un largo descenso. La victoria no es completa hasta que lleguemos de vuelta al coche, pero para mí eso está asegurado después de las penurias que hemos sufrido para llegar. Noto a Josep destrozado después del último largo difícil, y me maravilla cómo es capaz de sonreír a pesar de todo. Cómo mantuvo la calma ante la situación que se dió con Jose.
La bajada es francamente divertida: tres personas descendiendo a trompicones, alternando caídas debidas a la densa nieve, con otras debidas a unas piernas totalmente despojadas de fuerza. Las conversaciones van yendo y viniendo, y el cansancio es generalizado. Pero la dinámica de grupo hace que sigamos avanzando, hasta por fin, a las 5 de la madrugada, alcanzar el coche.
El mantra de Josep: “en 5 minutos estamos en el coche”, se repite durante casi una hora, hasta finalmente despojarnos de las botas de montaña, de los bastones, y comprender que aún queda la vuelta en coche.

En todo caso, a pesar de las penalidades, podemos finalmente sonreír y cantar: “Pedraforca 0, Cordada 1″… La llegada a casa… a las siete y media de la mañana! que locura! Pero con gusto.

Maria

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